Hacía muy poco tiempo que La Pagoda había sido demolida cuando tuve la ocasión de escuchar a Miguel Fisac en una conferencia que se celebró en el madrileño Colegio Mayor Chaminade. El edificio de los Laboratorios Jorba, conocido por el evocador apodo de “La Pagoda”, había sido desde siempre uno de mis edificios favoritos por sus formas sinuosas y por su sencilla y natural belleza. Levantando sus oficinas con una torre solitaria, a la rivera de la Nacional-II, hacía gala de su singularidad sin ruido pero sin dejar de llamar la atención. La Pagoda era un hito de referencia obligado en cualquier viaje que siguiera el curso de aquella carretera. Tenía esa propiedad exclusiva de la gran arquitectura, la de hacer disfrutar con su contemplación.
La prematura
desaparición de este hito arquitectónico presente en la memoria de todos flotó
con cierta amargura en el ambiente de la charla. Teníamos muy recientes las
fotografías de La Pagoda desfigurada y rota, en mitad de la demolición, y las
campañas de ciudadanos y de colectivos de arquitectos que se habían pronunciado
en contra sin éxito. Fisac tampoco lo eludió. Se sentía muy apenado y lamentaba
haber presenciado la demolición de varios edificios suyos a lo largo de su vida,
algo a lo que un arquitecto no suele enfrentarse, y menos si ejecuta edificios
de gran categoría, porque es más que habitual que los edificios sobrevivan a
sus diseñadores. Sentía esas desapariciones muy intensamente.
La Pagoda era
sin duda especial. Se constituía como el elemento singular del conjunto,
sobresaliendo del volumen en forma de paralelepípedo de los propios
laboratorios y almacenes. En su interior se alojaban las oficinas, la
dirección, la biblioteca. Cada planta cuadrada, de 16 metros de lado, se giraba
respecto a la anterior 45º y se enlazaban entre sí mediante paraboloides
hiperbólicos.
El propietario quiso para el edificio
algún elemento que hiciera de él algo singular y Fisac se inclinó por el
paraboloide hiperbólico porque es una superficie reglada, sencilla, construida
en base a dos rectas que se cruzan en el espacio y que se construye usando
rectas para generar una forma curva que él consideraba especialmente bonita. El
resultado le dio la razón, y pronto la torre fue conocida como La Pagoda, por
su aspecto de arquitectura oriental, aunque Fisac aseguraba que nunca fue un
referente para su idea. Sólo al ver el resultado comprendió que guardaban un
cierto parecido, pero lo cierto es que geométricamente no tenían nada que ver.
En Madrid y entre quienes visitaban la ciudad gustó mucho y llamó la atención,
situado junto a la carretera nacional era visto por todos, y se volvió muy
popular.
Se construyó
de arriba hacia abajo, en contra de lo que suele ser habitual, porque se
temía que el hormigón fuera a chorrear y
dañara al ir subiendo lo hecho anteriormente. Se creó una forma metálica en la
que apoyar todas las generatrices de la superficie y el hormigón vertido con
esas precauciones, en efecto, fue fácil de limpiar. Al desencofrar las primeras
plantas ejecutadas, las tres plantas superiores del total de seis que habrían
de ser, Fisac comprendió que el resultado era el buscado: “Hombre –dijo-, pues
¡precioso!, ¡pues queda muy bonito!”.
La Pagoda, por Fisac, poco antes de la demolición |
Cuando años
después supo que iban a demolerla se decepcionó. Pensaba que a determinados
intereses le estorbaba y que no les gustaba que su construcción, que era un icono
de Madrid, resultara tan visible. Le dijeron que podía hacerse de nuevo en otro
sitio que no fuera allí, y él contestó que no, que se gastasen el dinero en
quien lo necesitase, en los que no tienen casa. Se negó. La tiraron.
[…] Cuando la tiraron… se pasaron…
Creyeron que eso lo iban a hacer de hoy para mañana….
Y a mí me avisaron de que lo habían empezado a tirar y dije:
-Pues tienen para rato.
A pesar de
todo, no fue una charla triste, aunque sí realista. Habló de muchas cosas y la
mayoría, muchos años después, todavía las recuerdo. Nos hizo reír a todos
cuando mencionó su afición a criticar a la gran figura de la arquitectura
europea y mundial de su época, Le Corbusier. Cuando la gran mayoría de los
arquitectos, críticos y medios de comunicación se rendían ante el Movimiento
Moderno y el liderazgo sin discusión del suizo nacionalizado francés, Fisac por
pura convicción osaba ponerlo en cuestión en todas las tribunas que se le
abrían. No era esta una actitud del
agrado de su mujer, nos explico, como disculpándose. Ella, en primera fila de
sus conferencias, le ponía mala cara y se enojaba en silencio escuchándole
decir aquellas cosas y, luego, terminada la charla le recriminaba airada:
“...pero no te metas con Le Corbusier, ¡que está muy mal visto!”.
También tuvo
tiempo para zarandear las conciencias de los presentes. Si por algo es conocido
a día de hoy y si algo engrandece su legado como arquitecto es su investigación
e innovación constructiva en la elaboración de piezas de hormigón armado, los singulares
“huesos” que dan forma y sirven a la vez de estructura a sus edificios más
emblemáticos. Le hubiera gustado que otros hubieran seguido su estela, que los
jóvenes arquitectos recogieran su testigo y profundizasen en las posibilidades
de esta forma tan personal de crear arquitectura, entre la ingeniería y la
inspiración en los organismos vivos.
Sin embargo, el tiempo parece querer llevarle la contraria, la experimentación con el hormigón armado ha seguido cediendo protagonismo con respecto a otros materiales como el acero, el vidrio, el plástico en sus múltiples variantes, el aluminio.
Sección de los "huesos" de hormigón armado dispuestos en la zona de almacenes |
Sin embargo, el tiempo parece querer llevarle la contraria, la experimentación con el hormigón armado ha seguido cediendo protagonismo con respecto a otros materiales como el acero, el vidrio, el plástico en sus múltiples variantes, el aluminio.
Las
posibilidades de la arquitectura actual se multiplican, y en esa dispersión
ansiosa de novedad se ha relegado al hormigón, que fue el material estrella de
su época, a un segundo plano, dejando la obra de Fisac en la cresta de la ola,
en la cumbre del refinamiento.
Por eso el legado de Miguel Fisac
sigue vivo, y por eso merece la pena recordarlo.
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