Resulta
difícil sustraerse a la atracción del laberinto. A lo largo de la historia y en
diferentes culturas los laberintos han surgido de forma intencionada y a veces
también espontáneamente, como efecto secundario inesperado de una complejidad
descontrolada. En la naturaleza surgen inopinadamente, del mismo modo, en las
torres de barro ahuecadas por las termitas o escondidos en el subsuelo como
resultado de la inteligencia colectiva del hormiguero.
La
humanidad ha elaborado laberintos fundamentalmente con dos usos: el uso ritual
y el uso lúdico. Sin embargo, un tercer uso ha surgido de la imaginación
canalizándose a través de la literatura, la pintura y los mitos que han logrado
alentar e introducir la idea del laberinto como prisión, aunque jamás ningún
edificio ha sido en verdad construido con ese fin.
La
casa de Asterión, eufemismo del laberinto, retenía en la ficción de Jorge Luis Borges al minotauro, criatura
mitad humana mitad toro, con el objetivo de alejarle de la vida pero también de
la muerte, manteniéndolo vagando por sus inextricables pasillos. Fue esta una moderna reinterpretación del mito griego del minotauro y el héroe Teseo, que encontró
en el hilo de Ariadna la estrategia adecuada para salvarse. Su mítico arquitecto,
Dédalo, les da hoy día también nombre.
Victoria de Teseo sobre el Minotauro en presencia de Atenea - Copa de Aisón Siglo V a. C. (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). |
En
la Italia del siglo XVIII Giovanni Battista Piranesi, arquitecto y grabador,
dejó volar su imaginación para ofrecer una colección de diseños caprichosos de
cárceles. El laberinto no era el objetivo de aquellos penales macabros, pero el
concepto emerge por sí mismo al contemplar las imágenes. El laberinto es la
consecuencia del deseo de aumentar el dolor por la privación de libertad
añadiéndole el de confusión y la desorientación.
El
laberinto como prisión ha tenido también reinterpretaciones modernas. Vicenzo
Natali gestó cinematográficamente El Cubo, que inopinadamente se convirtió en
una abstracción futurista de las cárceles de Piranesi. Una sucesión tridimensional
de celdas cúbicas con un número para identificarlas y un recorrido que de ser equivocado
suponía la muerte.
Ninguno
de estos laberintos penitenciarios ha sido construido, y probablemente jamás lo
sean, pero su perverso encanto no deja de alimentar una y otra vez la
imaginación.
Lo
cierto es que arquitectónicamente el laberinto no supone un reto y, lo que es más
importante a la hora de afrontar su construcción, no tiene una utilidad ni un
uso verdaderamente relevantes. El diseño de un laberinto no requiere de grandes
conocimientos constructivos ni de un análisis tipológico elaborado, en este
sentido son inocentemente simples. Su exigencia es más bien geométrica, de
índole puramente abstracta, es decir, estrictamente intelectual, y por eso es
lógico que haya sido objeto habitual de juegos para literatos, fabuladores,
artistas y matemáticos. Desde un punto de vista arquitectónico los laberintos
no satisfacen ninguna función necesaria para la vida cotidiana. Ciertamente el
penitenciario parecería un uso probable, pero resulta evidente que la tortura
ya no forma parte intrínseca de los penales y que resultarían sumamente ineficientes,
costosos y en definitiva poco prácticos.
Sin
embargo, a pesar de los muchos inconvenientes para su construcción y su poca
utilidad práctica, existen laberintos fuera del terreno de la imaginación.
Ejemplo de ello son los laberintos para usos rituales y especialmente para usos
lúdicos.
Moneda con la inscripción "Knossos", datada hacia 190-100 a.C. y método de trazado de su laberinto circular de 7 circuitos |
Los
laberintos rituales difieren de los imaginados como prisiones en que su
objetivo no es confundir, desorientar, retener o torturar a sus moradores. Por
esta razón su trazado carece de bifurcaciones y el camino a seguir es único. Se
trata por tanto de un recorrido plegado y replegado sobre sí mismo, como un
intestino, que generalmente conduce a un espacio central más amplio que se
considera el destino. La interpretación más frecuente de este ritual consiste en
que llegar al centro representa la culminación de un camino difícil, la
superación de muchos obstáculos y pruebas, la consagración del elegido, del
héroe. Siendo así, cada tramo del laberinto aludiría a las diversas
adversidades, y la geometría del trazado codificaría sus singularidades
haciéndolo diferente para cada comunidad de usuarios. Un ejemplo de estos
laberintos univiarios estuvo largos años adornando los suelos de la catedral de
Chartres, pero los hay mucho más antiguos. Se han encontrado otros del mismo
tipo dibujados en monedas, medallones y objetos variados de la cultura minoica,
como la tablilla de Pylos del 1.200 a.C., en murales y pavimentos griegos y
romanos, así como en diferentes elementos de diversas culturas.
Tablilla de Pylos (Grecia) 1.200 a.C. |
En
España destaca el laberinto de Mogor, que forma parte de un conjunto de
petroglifos en el concello gallego de Marín. Está datado entre el año 3.000 y
el 2.000 a.C., por tanto en pleno neolítico. Su posible uso ritual incluyendo
quizás alguna relación con la astronomía queda en el campo de las hipótesis. Se
sabe, esto sí, que guarda similitudes notables con otros ejemplos hallados en
el norte de Europa, como los de la isla de Gotland en Suecia.
Laberinto de Mogor (España), hacia el 3.000-2.000 a.C. |
Además,
en no pocas ocasiones el laberinto ha perdido toda función ritual para
convertirse en un mero símbolo. Un símbolo de lo oculto, de lo misterioso, de
lo intelectual dominando sobre lo físico. Despojado de utilidad ritual, el
laberinto se ha materializado en objetos puramente artísticos o decorativos,
con frecuencia también como en un icono, un distintivo utilizado para transmitir
una imagen de sabiduría o misterio.
La
cultura occidental reconoce además otro uso para el laberinto: el puramente
lúdico. Los laberintos lúdicos se plantean como retos intelectuales y son lo
opuesto en su concepción a los rituales. Los caminos se bifurcan, multiplican, quiebran,
cierran y revuelven tantas veces como sea necesario con objeto de confundir,
desorientar y evitar que el usuario alcance su destino.
Para
quienes quieren pasar un buen rato y entretenerse es una forma de ponerse a
prueba, intentar no perderse y si lo hacen reírse de esa inocente desgracia.
Para los otros posibles interesados en este tipo de laberintos, los matemáticos,
supone un campo abierto de exploración en busca de las mejores y más eficientes
estrategias para resolver el problema.
Los
laberintos lúdicos generalmente están construidos al aire libre y sus muros son
masas vegetales o simples parterres bajos. Existen también variantes en lugares
cerrados; los que están hechos con espejos o con vidrio son quizás los más
conocidos y populares.
Los
jardines de Versalles, obra de Andre Le Notre, albergan uno de los laberintos
vegetales más conocidos. También lo es el de Caboni en la Villa Pisani en
Italia. En España existe un excepcional laberinto en los jardines del Real
Palacio de La Granja en los que fue notable la influencia a la hora de
diseñarlos de la reina Isabel de Farnesio, segunda esposa del primer rey Borbón
en el trono de España. Una mujer cultivada que sentía pasión por la Antigüedad.
El
cine se ha rendido también a la atracción de estos laberintos lúdicos y
probablemente uno de los más recordados es el laberinto donde se desarrolla el
final de la película “El resplandor”. El niño protagonista, perseguido por su
padre enloquecido que desea matarlo, se adentra en él para intentar escapar. La
nieve, sin embargo, deja las marcas de sus pisadas de manera que resulta fácil
seguirle. Para despistar a su perseguidor el niño desanda el camino pisando
sobre sus propias huellas y el padre se encuentra de pronto con un rastro que
termina abruptamente, en la nada, como si el chico se hubiera esfumado.
Hay,
por último, casos de laberintos que fueron considerados así sin serlo, como
ocurrió con el Palacio de Cnosos de la civilización minoica, cuya intrincada
traza de pasillos y habitaciones se supone que pudo ser la inspiración para
alumbrar la leyenda de Teseo y el minotauro. Del mismo modo, el complejo
funerario egipcio de Hawara recibió también esa denominación, siendo su
carácter laberíntico más bien derivado de su inmensidad y cantidad de
enterramientos con infinidad de cámaras, capillas y criptas ocultas.
Palacio de Cnosos (isla de Creta, Grecia) |
Estos
casos ilustran la expresión de lo laberíntico en construcciones humanas, del
mismo modo que surge espontáneamente en la naturaleza en cuevas o por obra de
animales, como hormigas o termitas. Así, una intrincadamente ordenada
biblioteca puede convertirse en un laberinto, como sucede en la ficción de “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, o una
serie de galerías subterráneas excavadas bajo el mismo suelo de la ciudad de
Madrid pueden tranformarse en un fantástico laberinto de la mano de Emilio
Carrere y Edgar Neville en “La torre de los siete jorobados”.
No
obstante, sea como sea que surja el laberinto la inquietud y encanto que
provocan siguen siendo universales. Una vez dentro, se puede marcar el camino
seguido, como hizo el héroe griego Teseo con el hilo de Ariadna, que es una
buena forma de desentrañar un laberinto, pero no es la única, ni tampoco la más
eficiente. Por eso la duda, al penetrar en sus dominios siempre es la misma:
¿Cómo salir del laberinto?
Cada uno en su propia vida es un laberinto, complejo, difícil y rico a la vez. En la profundidad de la capacidad de mirarnos a nosotros mismos y reflexionar sobre lo que somos esta la posibilidad de salir. Laberinto tiene que ver con búsqueda, movimiento, fluir de nuestros pensamientos para hallar lo que cada uno somos. Me fascina el tema.
ResponderEliminarHola, Emilce. El laberinto es muchas veces una abstracción, un símbolo de la encrucijada, de lo oculto, lo misterioso y también de lo complejo. A veces un símbolo de la vida. Es multiforme y cambiante, se manifiesta de muchas formas según la percepción de quien lo mira. Sin duda por eso resulta tan atractivo como turbador. Un saludo.
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