La armonía y las proporciones en el Renacimiento



El Renacimiento europeo se caracterizó por volver la mirada hacia el mundo clásico grecorromano estudiándolo e  interpretándolo de acuerdo a las fuentes escritas conservadas y a los hallazgos de carácter arqueológico que poco a poco se iban produciendo. La armonía entre las partes de un edificio, que fue un elemento esencial del diseño de la arquitectura clásica, hizo inevitable que en este nuevo periodo de florecientes cambios y redescubrimientos se regresara al estudio de los sistemas de proporciones.
            Sin embargo, en contra de lo que se pensaba en un principio, pronto se advirtió que la idea de un único sistema proporcional universal nunca fue una realidad en el mundo clásico, de manera que la armonía se conseguía mediante distintos sistemas de proporciones que variaban según las épocas o estilos.
            Leon Battista Alberti, arquitecto y humanista florentino, realizó un estudio a mediados del siglo XV que supuso el primer paso para una canonización de los diferentes órdenes arquitectónicos, dórico, jónico y corintio, además de añadir el orden compuesto, pero quedó lejos de dar una imagen global satisfactoria. Para ello se basó en la observación de ruinas y en el tratado clásico “De Architectura” de Marco Vitruvio.
            Sebastiano Serlio publicó trabajos en el mismo sentido, pero las discrepancias no se resolvieron hasta que Vignola publicó en 1562 su “Regola delle cinque ordini d’archittectura”. Su estrategia para elaborar el canon de proporciones fue seleccionar los mejores ejemplos de cada orden y realizar una suerte de mínimo común denominador entre ellos.


Los cinco órdenes clásicos
según Sebastiano Serlio
            Desde la época clásica se atribuyó a los órdenes una personalidad y carácter humano en base a sus proporciones. El tratado de Vitruvio ya incidía en dicha idea, atribuyendo al orden dórico la fuerza y elegancia del hombre, al orden jónico la esbeltez femenina y al corintio la ligereza de una muchacha.
Esta misma idea se afianzaría también con la obra de Diego de Sagredo, arquitecto y tratadista español que con su obra “Las medidas del romano”, publicada en Toledo en 1526, influyó en toda Europa gracias a su inmediato éxito. Escrito en castellano, fue el primer tratado de este tipo que se hacía en una lengua neolatina y pronto se tradujo a diversos idiomas, entre ellos al francés en 1539, idioma en el que alcanzó su quinta edición en 1608. Sagredo utilizaba las medidas del cuerpo humano, entendido como un microcosmos, para trasladar sus bellas proporciones a la arquitectura. En sus grabados muestra, por ejemplo, la proporción correcta de una cornisa y sus molduras como resultado de la existente entre las diversas partes del rostro humano visto de perfil.

Método de proporción de los elementos de cornisa
según Diego de Sagredo

Sagredo realiza también una interpretación del Hombre de Vitruvio, de acuerdo a la descripción que el antiguo tratado romano hacía de las proporciones humanas. Estas proporciones obedecían a un canon de belleza y armonía del cuerpo humano que, como en el caso de la arquitectura, también varió a lo largo del tiempo en el mundo clásico.

Proporciones humanas en "Las medidas del romano"
de Diego de Sagredo

Además el tratado de Sagredo ahondaba del mismo modo que el trabajo de Vignola en la regularización de los modelos clásicos y ofrecía una referencia frente al empleo indiscriminado de modelos de la nueva arquitectura italiana que comenzaba a fijarse en la Antigüedad.

Canon de proporciones para los distintos
órdenes según Diego de Sagredo

No obstante, una vez resuelto el primer problema derivado de la ausencia de un sistema proporcional universal en el mundo clásico, los artistas del Renacimiento se enfrentaron a un reto todavía mayor que desde su punto de vista resultaba irresoluble.
Para los renacentistas la medida era un aspecto fundamental e irrenunciable. Alberti expresa el significado de la medición como:

“una notación fidedigna y conmensurable de las dimensiones, por la cual se obtiene un conocimiento tanto de la relación de las partes simples del cuerpo entre sí como de su relación con el cuerpo todo”

 Por tanto, en su visión del mundo como algo medible los números enteros y los números racionales, fracciones de enteros, cobraban todo el protagonismo, pero a cambio no terminaban de encontrar una forma de incorporar satisfactoriamente los números irracionales. Esto supuso un cambio notable con respecto a la tradición de los constructores y arquitectos medievales que nunca dudaron a la hora de utilizar métodos de proporción geométrica que implicasen números irracionales para lograr la armonía en sus composiciones y dimensionar los elementos constructivos.
De hecho, los maestros constructores medievales usaban de manera sistemática métodos de proporción estrictamente geométricos para trazar sus edificios, de forma que sin ellos se puede decir que nada se habría construido. Estos métodos eran secretos y exclusivos del gremio y la profundidad de su conocimiento dependía de la categoría profesional, que iba desde el simple aprendiz al oficial y finalmente al maestro.
Algunas de las construcciones geométricas más habituales eran el abatimiento de la diagonal del cuadrado, que genera proporciones según la raíz cuadrada de 2, o el abatimiento desde la mitad del lado del cuadrado, que lo hace según el número de oro o la también denominada “divina proporción” o “sección áurea” que habitualmente se designa con la letra griega phi.

Trazado de rectángulos de proporción raíz de 2 (izquierda)
y áureo (derecha)

Estos métodos sencillos permitían dimensionar los distintos elementos de un edificio a partir de un único segmento, simplemente trazando las proporciones geométricas con la escuadra y el compás. Sin embargo, pese a su sencillez y fácil memorización, las medidas así obtenidas eran números irracionales con los que los renacentistas no estaban dispuestos a trabajar, ni siquiera siendo conscientes de que eran conocidos desde la Antigüedad clásica. Ya Euclides demostró que la raíz cuadrada de 2 no podía expresarse como un número racional o fracción de la forma a/b. Aquella realidad que convulsionó el mundo científico antiguo parecía convertirse también en un obstáculo para la visión renacentista.
En parte esto sucedía también porque frente a la concepción predominantemente aristotélica del mundo de la Edad Media el Renacimiento se inspiraba con más fuerza en el concepto pitagórico-platónico de las razones numéricas de la escala musical y ponía el énfasis en la importancia de la métrica y el número. La diferencia de enfoques se evidencia al comparar, por ejemplo, las formas de proporcionar figuras de Villard de Honnecourt, arquitecto medieval, con Leonardo daVinci.

Sistema proporcional al modo medieval
de Villard de Honnecourt

Mientras que Honnecourt impone una norma geométrica para la realidad en base a la imagen de lo que considera perfecto (por ejemplo, un triángulo equilátero, un pentágono o un círculo), el artista renacentista actúa al revés, observa la realidad y trata de extraer la norma métrica que la define. Por esta razón es tan importante poder medir para los renacentistas, porque medir rigurosamente es la única forma de comprobar la veracidad de sus hipótesis.


Estudio proporcional a la manera renacentista
             de Leonardo da Vinci

No obstante, que los artistas renacentistas dejaran de usar los métodos medievales para proporcionar y dar armonía a sus edificios y obras pictóricas tampoco significó el olvido de la tradición geométrica medieval. Muy al contrario, los sistemas medievales fueron estudiados a fondo y los secretos que tan celosamente habían guardado los gremios de constructores fueron divulgados.
Un ejemplo de ello fue la publicación en 1509 del primer tratado dedicado al número de oro, “De divina proporzione”, escrito por Luca Pacioli e ilustrado por Leonardo da Vinci. En él se desgranaban las propiedades geométricas, estéticas e incluso místicas de la proporción áurea, intentando apartarla de las presunciones mágicas y despertando a cambio una fascinación puramente matemática.

Retrato de fray Luca Pacioli con sólidos platónicos y arquimedianos.
Divulgó los secretos de los gremios de construcción medievales

La dimensión arcana o mágica, que era inherente al diseño medieval, se potenciaba a través de construcciones geométricas a las que se dotaba de un simbolismo propio.  Algunas de las más usadas se trazaban con el compás, como el pentágono convexo o el pentágono estrellado que eran habituales en rosetones, ilustraciones de manuscritos, etc. Estas figuras no sólo eran apreciadas estéticamente por su belleza y armonía sino también por sus connotaciones místicas y espirituales. Sin embargo, con el Renacimiento, volcado en el humanismo y cada vez más alejado del misticismo, perdieron parte de su atractivo y dejaron de usarse  por la imposibilidad de definirse a través de una “anotación fidedigna y conmensurable de las dimensiones”. Ambas figuras, relacionadas con los números irracionales debido a que la proporción entre el lado y su diagonal es el número de oro, desaparecieron del nuevo imaginario estético renacentista.


Óculo de la ermita románica de San Bartolomé en el cañón del río Lobos (Soria)
trazado con un pentágono estrellado

Por otro lado, no se puede obviar que los artistas del Renacimiento asumieron como propia la geometría del Timeo de Platón. Los cinco sólidos platónicos, esto es, el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro, estuvieron muy presentes durante todo el periodo. Leonardo los dibujó para el libro “De divina proporzione” y fueron estudiados ampliamente en los tratados de geometría y de la recién descubierta perspectiva. Por su sencillez, regularidad y perfección ejercieron una gran influencia en las ideas europeas, tanto artísticas como científicas, siendo una buena muestra el modelo platónico del Sistema Solar que presentó en 1596 el astrónomo y matemático alemán Johannes Kepler en su obra “Misterium Cosmographicum”.

Modelo platónico del Sistema Solar
de Johannes Kepler

Es cierto que las proporciones sencillas y perfectamente mensurables también se emplearon profusamente en la Edad Media, difícilmente hubiera podido construirse sin ellas, pero su uso era pragmático y no se entendía de ninguna manera como un principio integral al que debieran ajustarse todos los elementos. En el Renacimiento, por el contrario, estas proporciones sencillas servían como orden rector para la totalidad del edificio, dotando de armonía las partes con el todo. Esta es la razón de que los renacentistas adoptaran con tanto entusiasmo el sistema modular de Vitruvio que había pasado prácticamente desapercibido en la Edad Media.
Resulta sintomático de la diferencia entre los paradigmas medieval y renacentista el uso del cuadrado. Al ser sus lados iguales su razón era la más sencilla de todas 1:1, la unisonancia en la música, la belleza y la armonía perfectas. Esto encajaba maravillosamente con la nueva tendencia del Renacimiento. Sin embargo, en la Edad Media era habitual la construcción geométrica que inscribía sucesivamente cuadrados unos dentro de otros, lo que implicaba que sus lados tenían medidas inconmensurables. Esta configuración fue descartada por los renacentistas y pone de manifiesto cómo una figura geométrica tan simple como el cuadrado puede utilizarse tanto en un contexto favorable a los números racionales como sin complejos hacia los irracionales.


Trazado de cuadrados inscritos
          típicamente medieval

Partiendo de una misma tradición clásica, aristotélica y pitagórico-platónica, las mentalidades renacentista y medieval dieron lugar a dos sistemas de proporciones muy distintos. La búsqueda de la perfección y la necesidad de medir con precisión todas y cada una de las partes hizo que durante el Renacimiento no hubiera cabida para las proporciones que diesen lugar a números irracionales. Estas premisas determinaron de manera inequívoca la forma en que tanto en la arquitectura como en las demás artes se entenderían la proporción y la armonía.



Entradas relacionadas:

No hay comentarios:

Publicar un comentario