Una
pequeña ermita tatuada en el paisaje de Castilla, en lo alto de una ladera
soriana, es la más singular y fascinante de las que nació en España de manos
mozárabes. Situada entre las poblaciones de Casillas de Berlanga y Caltojar, a
la vista del arroyo Escalote, se yergue solitaria sin arbolado ni ninguna otra
construcción que la flanquee. Un lugar remoto, apartado, próximo a una fuente
de agua, del gusto de los discípulos del mártir San Baudelio que buscaban la
semejanza con el sitio donde éste fue enterrado.
Erigida
a mediados del siglo XI, su estilo mozárabe resulta especialmente tardío, en un
momento en el que un románico europeo relativamente homogéneo, cuyo epicentro
era Cluny, se extendía por un amplio conjunto de países. El territorio donde
está San Baudelio (o también llamada San Baudel), en aquellas fechas era
gobernado por Fernando I y su hijo Alfonso. Se trataba de una región
fronteriza, donde abundaban las fortalezas y los nobles ejercían su poder
militar. El arte mozárabe que tanto prosperó en León era en esta zona raro y
escaso, siendo la iglesia de Berlanga y San Millán de Suso apenas lo único.
Su
geometría es sencilla y rotunda en el exterior construida de piedra calcárea, pero
su interior diminuto guarda un sinfín de peculiaridades y sorpresas. La puerta
de entrada a la ermita lo deja intuir con su arco de herradura cuidadosamente
despiezado.
La
planta de la cámara principal es de forma sensiblemente cuadrada, con un ábside
sencillo adosado al que se accede también atravesando un arco de herradura. Si
bien la geometría no es del todo exacta, las sensaciones que provoca en el
visitante son las de una construcción perfectamente regular. Una bóveda
esquifada octogonal con nervios radiales cubre la nave y apoya su peso en una
gruesa columna central a modo de gran machón. Los arcos emergen de esta columna
como si se tratara de ramas de una palmera y su suave forma de herradura no
hace sino subrayar la fuerte influencia cordobesa. Las decoraciones al temple
de los nervios, aunque deterioradas, ponen de manifiesto su carácter exótico, y
las motas en forma de vistosos círculos que cubren la gran columna refuerzan la
evocación vegetal.
Otra
singular sorpresa aguarda, del todo inesperada, en la confluencia de los
nervios de la bóveda sobre el pilar central. Entre los arcos, aprovechando el
espacio que dejan las vertientes de la cubierta, se sitúa una pequeña cámara
casi inaccesible y de la que desde el suelo sólo se aprecian unas hendiduras
como aspilleras. No hay ninguna escalera ni acceso puramente arquitectónico a
ese lugar de uso incierto. Cabe suponer su utilidad constructiva, para aligerar
el peso de la bóveda tal y como se solía hacer en el románico, colocando ollas
en los ángulos de las cúpulas, pero ese recurso arquitectónico no puede
explicar el cuidadoso trabajo de decoración y embellecimiento que se realizó en
la pequeña cámara. Observado con detalle se puede comprobar que el interior del
hueco está cubierto con una bovedilla con seis arcos de resalto de estilo
cordobés que no obedece a ninguna necesidad constructiva sino a un deseo de
evocación y placer estético. Las razones que motivaron un trabajo tan
pormenorizado y atento a un lugar invisible para la mayoría de los visitantes
no están claras. Se ha especulado con varias hipótesis, entre las que se estima
como la más probable que fuera un escondite para alguna reliquia u objeto de
valor, como una copa o una cruz, es decir, una especie de relicario o “cofre
del tesoro” guardado por los monjes. Entre otras posibilidades que se han
barajado está la de que fuera usada para la iluminación de la cámara principal,
colocando en su interior un fanal u otra fuente de luz, que aunque es una
opción plausible, no se antoja del todo probable. Más consenso despierta la
idea de que fuera otra influencia oriental más, obedeciendo al gusto por las
fantasías constructivas, los pequeños rincones secretos y las cajitas
misteriosas.
Gran columna central con arcos de herradura en forma de palmera. |
No
acaban aquí las influencias arabizantes.
Ocupando casi la mitad de la planta de la cámara principal se levanta un
pequeño coro sobre un leve laberinto de columnillas con arcos de herradura.
Caminando entre ellas pareciera que el visitante se introduce en una minúscula
mezquita, con su bosque de columnas. Aunque esta es una sensación que sólo se
puede paladear brevemente, como si fuera un fruto salvaje diminuto. El coro o
tribuna que sustentan evidencian la naturaleza monástica de la construcción,
que con seguridad servía para los oficios de la comunidad religiosa que habría
de ocupar algunos edificios alrededor, en la actualidad desaparecidos. Al coro
se accede a través de una estrecha y empinada escalerita de peldaños adosados a
la pared que salva el escaso metro ochenta de altura del piso. Se sustenta la
entreplanta con una construcción de madera ensamblada y el solado se ejecuta
con simple yeso. Resulta curioso que estando el conjunto levantado con arcos de
herradura cuidadosamente decorados sean las columnas que los soportan sencillas
al máximo, cilíndricas y desprovistas de capiteles, al gusto de la tradición
visigoda. Se mezclan así los estilos, usos constructivos y funciones de forma
completamente ecléctica, sin transiciones, para fusionarse en un todo
perfectamente inteligible.
Mezquitilla formada por arcos y herradura y un bosquecillo de columnas que soporta la tribuna o coro y la capilla. |
Bajo
el coro, accesible a través de un agujero irregular abierto en la misma pared
de mampostería, se abre el túnel angosto que conduce a la antigua cueva que
sirvió de refugio al primer eremita. No hay otra forma de acceder más que acuclillándose
para caminar por sus estrecheces hasta llegar a la cámara subterránea, de muy
baja altura, que ni tan siquiera permite ponerse en pie.
Como
recuerdo de aquella primera época, en el exterior, junto al ábside, se
encuentra también una necrópolis con una veintena de cuerpos enterrados en
ella. No hay señal ni inscripciones que identifiquen los cuerpos. Si bien los
primeros enterramientos se produjeron en
torno al siglo X se cree que pudo ser utilizada hasta el siglo XVI.
Ermita de San Baudelio a principios del siglo XX antes de la venta y arrancamiento de las pinturas. |
Las
virtudes y sorprendentes curiosidades de la arquitectura de San Baudelio de
Berlanga, con sus ricas mezcolanzas, encontraban su prolongación en las extraordinarias
pinturas murales al temple que adornaban su interior. Si el exterior es
puramente geométrico, sin adornos, en extremo sobrio, el interior era en su
concepción original todo lo contrario, decorado de arriba a abajo con una
amplia variedad de motivos. No obstante, una serie de desafortunadas decisiones
permitieron que en el año 1922 las pinturas fueran vendidas a un marchante de
arte estadounidense. Tras adquirirlas por 65.000 pesetas de la época arrancó y
traslado veintitrés de ellas a EE.UU. vendiéndolas a diversos museos del país.
No fue hasta el año 1957 que algunas de ellas pudieron recuperarse a través un
canje entre el gobierno español y las instituciones norteamericanas. A cambio de ceder al Museo Metropolitano de
Nueva York el ábside de la iglesia románica de San Martín de Fuentidueña, de la
provincia de Segovia, se consiguió devolver a España parte de las antiguas
pinturas. Actualmente se exponen en el madrileño
Museo del Prado en una sala especialmente habilitada para ellas que recompone
la arquitectura original de la ermita.
Curación del ciego y la resurrección de Lázaro, fresco expuesto en el Museo de los Claustros de Nueva York. |
Las tentaciones de Cristo, Museo de los Claustros de Nueva York (EE.UU.) |
Las
pinturas de San Baudelio son excepcionales por varios motivos. En primer lugar,
por su calidad y factura. Si bien sufrieron daños, especialmente las ubicadas
en los paños de la bóveda a causa del deterioro de la techumbre, el estado de
conservación en la mayor parte de las piezas permite una buena apreciación,
incluso de los detalles. Tanto la composición como la expresividad y habilidad
narrativa son muy notables, sobresaliendo en la época en que se estima fueron
realizadas. Ejecutadas al temple sobre un enlucido de yeso que reviste la
práctica totalidad del interior de la ermita resulta también singular que en
ningún momento se recurriera al soporte de madera, tan habitual entonces.
En segundo lugar, es muy destacable su antigüedad.
Aunque la fecha exacta no ha podido ser determinada, no cabe duda de que las
pinturas de la ermita son una de las primeras muestras de arte pictórico
románico de España. Su condición de pioneras realza su valor.
En
tercer lugar, la diversidad temática de sus escenas y la influencia
orientalizante del arte califal cordobés. El estudio detallado de las pinturas
induce a pensar que los tres grandes bloques temáticos que abarcan, por tener
además distinta factura e incluso calidad, fueron elaborados por artistas diferentes.
Los temas representados son: bíblicos o religiosos, ocupando los paños más
importantes; de caza o cinegéticos, en la franja inferior; geométricos o
decorativos, en la zona baja del coro.
El halconero, expuesto en el Museo de Arte
de Cincinnati (EE.UU.)
|
Las
pinturas de inspiración bíblica conforman el grueso de la obra pictórica,
siendo el bloque que ocupa mayor superficie. En el emplazamiento original se
pueden observar las improntas que quedaron en el yeso después de la extracción
para la venta, donde se consiguen apreciar las trazas generales de las
representaciones, aunque no los detalles y con dificultad el verdadero color. Su
aspecto es como el de un recuerdo lejano, difuso, vaporoso. Las escenas del
Nuevo Testamento ocupan la franja superior, y detallan una amplia selección de
pasajes: la Santa Cena, las tres Marías ante el sepulcro (las originales están en
el Museo de Bellas Artes de Boston), la curación del ciego y resurrección de
Lázaro, las tentaciones de Cristo (ambas en el Museo de Claustros de Nueva
York), las bodas de Caná, la entrada de
Jesús en Jerusalén (expuestas en el Museo de Arte de Indianápolis), etc.
La entrada de Jesús en Jerusalén. |
Las bodas de Caná. |
Las
pinturas en peor estado de conservación o de mayor dificultad de extracción no
fueron vendidas y pueden contemplarse en la misma ermita. Es el caso del pasaje que alude al prendimiento
y calvario de Jesús, que permanece en su lugar original pero notablemente
dañado. Subiendo a la tribuna se pueden contemplar en una pequeña capilla
varios frescos: la adoración de los magos en el frontal, a la derecha el
Arcángel San Miguel matando al dragón, y en la parte superior la mano de Dios
bendiciendo. Se cree que en este lugar podían ser ordenados los caballeros,
pasando la noche en la capilla velando armas bajo la mano de Dios. En los
plementos de la bóveda las pinturas originales también se conservan, aunque muy
deterioradas por los avatares de la techumbre a lo largo de los siglos. Separadas
por los ocho arcos de herradura que brotan de la columna-palmera central
muestran diversas escenas relacionadas con el nacimiento de Jesús: la
anunciación y visitación, la Natividad, la anunciación a los pastores, la
llegada de los Reyes Magos, el viaje de los Reyes Magos, la matanza de los
inocentes, la presentación en el templo y, finalmente, la huida a Egipto.
Detalle de centauro/sagitario en la bóveda, se conserva in situ. |
En el ábside se conservan también los frescos originales, donde se mezclan imágenes bíblicas con la de San Nicolás y la del propio San Baudelio, a quién está consagrada la ermita. Los pasajes hacen referencia a la resurrección, el Noli me tangere, “no me toques” en latín, del evangelio de San Juan, frase que le dice Jesús a María Magdalena para prevenirla de que aún no ha subido al Cielo para presentarse ante el Padre. En el frontal, a la izquierda de la composición, San Nicolás con su báculo y, a la derecha, San Baudelio con un cetro acabado con una flor de lis; en el centro una pequeña ventana abocinada en la que se representa al Espíritu Santo dirigiéndose hacia la luz.
Representación de San Baudelio en el presbiterio del ábside, la pintura se conserva en la ermita. |
En
la parte inferior de los paramentos de la nave principal se encuentran las
pinturas del segundo gran grupo temático. En este caso se trata de escenas de
caza o cinegéticas, es decir, de contenido profano, aunque debido a su expresa
incorporación en el templo se interpretan en un sentido religioso apoyándose en
textos medievales como El Fisiólogo,
que sirven a la hora de explicar el
simbolismo animal. Las pinturas de este grupo tienen composiciones más
sencillas que las de temática bíblica, con menos elementos, colores primarios y
una representación plana de los volúmenes de las figuras, generalmente de
perfil. No obstante, a diferencia de las representaciones bíblicas, las escenas
de caza son muy dinámicas, contrastando con el estatismo arquetípico del
románico.
La cacería de las liebres, Museo del Prado (Madrid) |
La cacería del ciervo, Museo del Prado (Madrid) |
En
el Museo del Prado, procedentes del Museo Metropolitano de Nueva York, se
exponen seis de estas pinturas. Estrictamente referidas a la caza son La cacería de liebres y La cacería del ciervo. En la primera de
ellas un cazador montado a caballo portando un tridente acosa con tres perros a
las liebres, símbolo de la concupiscencia. En la segunda, un cazador a pie se
prepara para disparar una flecha, símbolo de los malos deseos, a un ciervo que
simbolizaría a Cristo y el alma, después de haberle alcanzado ya con la
primera. Estas dos pinturas estaban ubicadas originalmente en el muro norte de
la ermita. Al lado de la gran columna central estaba situada la escena de El soldado o montero, que representa a
un hombre armado con una lanza y una gran rodela en actitud de caminar, con el
rostro girado hasta casi ser frontal.
El soldado o montero, pintura expuesta en el Museo del Prado (Madrid). |
Las
otras tres pinturas están referidas a animales. Es el caso de las águilas con
alas explayadas, representadas en el interior de medallones como si fueran
tapices orientales, que recuerdan a las talladas en marfiles cordobeses. Desde
un plano simbólico deberían asociarse a Cristo, ya que las águilas con su
elevado vuelo alcanzan el sol de justicia que es Él. Otro de los animales
representados es el oso, pintado de perfil, que simboliza al mal y se asocia al
pecado de la gula y la tenebrosidad de las cuevas en las que habita. Finalmente,
El elefante, una de las pinturas más
impactantes y llamativas por su exotismo y sencilla belleza que la han
convertido en uno de los símbolos característicos de la ermita y en uno de sus
iconos. Se trata de un elefante blanco de perfil que lleva sobre su lomo un
castillo con tres torres. Es, por tanto, la figura de un elefante de guerra, que
remite inevitablemente a oriente, a las contiendas de Darío III contra
Alejandro Magno, o a la memoria del cartaginés Aníbal, que los utilizó contra
Roma. Su imagen en la pequeña ermita de San Baudelio es evocadora, perturbadora
y poderosa. De acuerdo con la simbología cristiana el elefante representa la
humildad y se asocia a Cristo, siendo el castillo que carga las enfermedades y
miserias del hombre.
El elefante, pintura icónica de San Baudelio de Berlanga se encuentra expuesta en el Museo del Prado. |
En
Estados Unidos pueden verse también pinturas correspondientes a la franja
inferior de la ermita, referentes a la caza. En el Museo de Arte de Cincinnati,
por ejemplo, están expuestos El halconero
y los Lebreles rampantes. En el
primero se representa a un cazador montado a caballo que porta sobre una de sus
manos un halcón, símbolo de la capacidad del hombre de triunfar sobre el mal a
través de la Fe, al derrotar a los animales asociados a la corrupción del alma.
En el segundo, los Lebreles rampantes,
dada su ubicación original junto a la columna-palmera se cree que pudieran
tener la función de guardianes. En el Museo de los Claustros de Nueva York
puede contemplarse El dromedario, que
al igual que El elefante llama la
atención por su exotismo y su influencia oriental, siendo un animal
completamente ajeno a la fauna española. Simbólicamente representa también la
humildad, ya que se arrodilla al recibir su carga.
El dromedario, pintura que hoy se encuentra en el Museo de los Claustros de Nueva York. |
Las
pinturas dedicadas a la cinegética en peor estado de conservación también
quedaron en su lugar original, al igual que en el caso de las pinturas de
temática bíblica. En la propia ermita se pueden contemplar los Bóvidos afrontados, junto a la escalera añadida
de acceso a la tribuna, cuyas figuras de perfil muestran un cuidadoso uso del
color para proporcionar ilusión de
volumen. Los toros, representados en ademán de lucha, simbolizarían a Cristo,
del mismo modo que el ciervo, y sus embestidas aludirían a la ira divina.
Bóvidos afrontados, pintura conservada in situ. |
La
visión completa de las pinturas en su lugar original, ocupando las paredes de
la pequeña ermita, se antoja un deseo imposible, y ya sólo cabe imaginarse la
sensación que produciría su contemplación tras una cuidadosa restauración. La
arquitectura desnuda de su estado actual, con la suave coloración de las
improntas de las pinturas arrancadas, ofrece la evocación de melancólica de una
ciudad perdida.
Reconstrucción virtual de San Baudelio de Berlanga con las pinturas en su emplazamiento original. |
El
pequeño cofre del tesoro que es San Baudelio de Berlanga ha sido denominado por
la riqueza, variedad y calidad de sus
pinturas la Capilla Sixtina del mozárabe. Aunque dispersas, separadas por miles
de kilómetros y un océano, las joyas que engalanaron la humilde ermita no hacen
sino aludir con el brillo de su talento a la solitaria construcción erigida
hace ya mil años en una remota ladera de las tierras de Castilla.
A modo de epílogo:
A modo de epílogo:
Cuatro
elefantes
a
la sombra de una palma.
Los
elefantes, gigantes.
—¿Y
la palma?
—Pequeñita.
—¿Y
qué más?
¿Un
quiosco de malaquita?
—Y
una ermita.
Fragmento de la poesía de Gerardo Diego dedicada a San Baudelio de
Berlanga.
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